jueves, 2 de mayo de 2013

Soledad primaveral

Extraña desolación la de primavera:
rara soledad, silencio y quietud en medio de un prodigio de sol y jacarandas que dan las pinceladas últimas al lienzo del panorama.

Estamos dulcemente solos, serenamente solos, esmeradamente solos, sutilmente solos. Soledad suave, satinada y cargada de miel y brisa de montaña.

En la cumbre de una colina , la más antigua y renovada de todas, contemplo la continuidad de la urbe que me enamora: continuidad frágil, cuidada, protegida, casi muda... una continuidad que sonríe poco, brevemente, con suculenta y refinada hipocresía, conmovedora falsedad de [des]encuentros que simula y disimula el torrencial augurio detrás de la cordillera. Como si nada hubiera, como si nada viniera, como si nada cambiara, como si nada naciera, como si nada muriera, como si nada...

Disfruto de tu aroma a flores y me dispara un instante mi silencio;
aunque sea un instante para oler el aire, para escuchar las rocas que crujen debajo de la tierra y sentir el prado y anticipar el amor y las cenizas....
aunque sea un instante para hincarle un ojo a la consternación florida, a la tormenta de aliento loco, animal y genuino, a la amenazante belleza que me anida.

Ah, primavera.... tantas flores, tantos cantos... cantan y florean el suspiro que tanto significas.

miércoles, 21 de noviembre de 2012


Tectonírico

Tohoku Japanese Earthquake de Luke Jerram











Hoy desperté en silencio, salí de casa y alguna parte de mi programación inconsciente trazó la ruta por mí. Tomé el elevador y le regalé a mi cuerpo un suspiro breve. Al bajar, saludé al portero apenas con una leve sonrisa y un pequeño movimiento de cabeza. Tomé mi auto.

El camino honró mi silencio, pues el radio apareció apagado. Y entonces admiré la quietud de la media mañana, entintada de amarillos pálidos, de acentos encerados y un calor gentilísimo, apenas detectable. Mi auto partía el aire con perfecta tersura, con graciosa agilidad y elástica firmeza. Y yo adentro, sin dar cuenta de operación alguna, disfrutando el matizado fotogénico del día golpéandome la frente con frescura, revelando las minúsculas ralladuras en mis gafas de sol. El trayecto se sentía como una secuencia sin rumbo, como un aforamiento espectacular, de alguna película oculta de todo público por el cinismo encomiable de lo que se hace por motivaciones de la intimidad: volando, navegando, casi degustando giro a giro el erótico ciclo de arraigo y separación, de contacto fuerte y despegue sudoroso entre el epidérmico neumático y la porosa calentura del pavimento. El momento fue, pues, delicioso. No me puede caber la menor duda de que la dulzura veraniega de la media mañana me hacía el favor de guardar en los oscuros pliegues de la tierra silenciosa las convulsiones de la noche previa.

 Desperté a media madrugada. Mi conciencia, todavía comprometida con los seductores rumbos de la alucinación nocturna, se ocupó de elaborar una instantánea estampa con los pequeños ruidos, los gritos ahogados de motores lejanos, el crujido de la cama, las inquietas arremetidas del gato contra sus presas imaginarias… pero algo cambia: un tic-tac molesta mi encuadre y lo persigo con la vista comprometida, en medio de la oscuridad. Al serme imposible, abandono el lecho con cuidado de no despertarla a ella y sigo mi oído obsesionado hasta la fuente de su tormento. Y entonces lo encuentro: la lámpara modernista que hace colgar el foco de un cuello largo hasta la base, se golpea repetidamente contra el muro. En la hendidura sensorial que parte y copula la vigilia y la fantasía mis pies se convencen de estar bailando para mantener el equilibrio de mi torso que juega a la ingravidez mientras mis ojos medio ciegos persiguen el tintineo creciente de la lámpara y entonces, un paso hacia delante de mi despertar consciente, la luz de la razón me recupera de la embriaguez y admite sin remedio el diagnóstico inevitable: terremoto.

Ella gime y yo permanezco de pie, en el arte del balanceo. Es fuerte… y prolongado… dos condiciones que no suelen coexistir en estos casos.  Los vecinos se escuchan a través del ridículo intento de bloqueo de las paredes, abalanzándose por las escaleras, en seguimiento estricto del ritual del pueblo de los sismos: corriendo, gritando y empujándose seguramente hacia el consuelo de las estrellas, huyendo del amenazante peso de sus propias edificaciones.  Pero ella no despierta y no sé qué es lo que me posee para no despertarla. La observo, mientras ella sueña y gime de nuevo, y aprieta los músculos hermosos de sus piernas contra la almohada que siempre me hace celar, eufemizando su fechoría bajo el argumento del confort. El serpenteo del edificio aumenta de forma preocupante, o resignada, pues ya no serviría de nada intentar correr hacia la calle. Su serpenteo nos traspasa por los huesos y como por metástasis dancística nos inclina a perseguir su trayectoria. Yo bailo de pie y ella serpentea acostada… ¡Apretando más las piernas de epopeya que le regaló el destino contra esa miserable excusa de cojín re-significante! Y el serpenteo aumentaba y yo me vi bailando en el espejo que caía, y ella gimiendo, ya gritando, ya rajando las vestiduras del lecho mientras un empujón de abajo se sentía como sus piernas estirándose debajo de la sábana en que habitamos los mortales.

La intriga que capturó con la mirada mi conciencia entera no reparó en lo que el oído relató después, por reflejo, mientras el temblor iba cesando progresivamente: a mi alrededor, panteón de objetos. Vidrios rotos, libros desperdigados, discos, perfumes que habiéndose fracturado, ofrendaban su mirra a todo el cementerio. Ahora lo veía, pero antes no veía otra cosa que sus piernas. Y ella seguía allí, plácida, soñando, aunque el cese del temblor –el suyo y el de Gaia – habían cesado, revelando con seguridad la fase del descanso. Un fulgor extraño, que salía de la ventana, probablemente sangre eléctrica de algún transformador rajado, echó luces sobre la fotografía de bodas, completamente destrozada… y fue así como el temblor aclaró mi profecía.

-         -  ¿Qué pasó?

-          - Nada. Tembló. Ya pasó. Vuelve a dormir.

-          - ¿Estás bien?

-          - Mañana hablamos.

-          - Mañana…

-          - Duérmete.

-          - Como digas.

Hoy desperté en silencio. Todo estaba perfectamente en silencio. Su nota sobre esa maldita almohada no me molesté en leerla. Los vidrios seguían rotos, a mi alrededor. Tomé la escoba y recorrí en silencio, con suavidad, todo el lugar. Casi todo estaba destruido, y los escombros tenían el aroma de todos los perfumes. Salí de casa y alguna parte de mi programación inconsciente trazó la ruta por mí. Tomé el elevador y le regalé a cuerpo un suspiro sutil. Al bajar, saludé al portero apenas con una leve sonrisa y un pequeño movimiento de cabeza. Tomé mi auto. 
Aquella mañana el silencio fue delicioso, todo el día. Había temblado.

martes, 21 de agosto de 2012

"Vértigo" o Antropología de la Vida























El ateísmo es, probablemente, el camino más duro para la conciencia humana. Resulta muy sugerente si, desde la antropología del cerebro, concebimos la conciencia como un desarrollo evolutivo particular y fundamental de animales superiores, y a la "conciencia humana" como el desarrollo exo-cerebral (simbólico) de la esta funcionalidad y reflexionamos un poco sobre las implicaciones y consecuencias que a nuestra vida diaria acarrea esta necesidad evolutiva. Hablaré aquí de la angustia, de la conciencia de mortalidad, y de un amigo nuevo que no tiene nombre, pero hemos querido llamar "vértigo".

Como antropólogo, en el cierre inminente de la base sólida de mi formación profesional, es necesario que me decida por una caracterización exclusiva del fenómeno humano: ¿qué es lo más propio, lo más básico del proyecto homo-sapiens? Me parece que la inclinación hacia la transformación de sus condiciones individuales, grupales y medioambientales en beneficio de un sinnúmero de "necesidades" (peticiones de bases orgánicas, psicológicas, técnicas, cognoscitivas,  etc, todas las cuales se verían reducidas a implicaciones neurológicas) mediante la utilización conciente de herramientas simbolizadas gracias a la posesión de un desarrollo neurológico sobresaliente gracias a "la vida en cultura", es decir, a la vida en un mundo "simbolizado" y por simbolizar. Así, el hombre es el único ser capaz de crear. La creación (la cual implica una tendencia a instrumentalizar el universo) es la condición diferencial del hombre. La creación implica la posesión de un aparato simbólico como herramienta de organización cognitiva y comunicación acumulativa (pero flexible y siempre cambiante) y transferible e implica, por supuesto, la conciencia.

A su imagen y semejanza, el hombre fabrica otro ser "Creador"; uno que lo gobierna todo y termina las explicaciones donde la angustia es demasiada para lograr un equilibrio mínimo en la dinámica de los sucesivos procesos de integración, desintegración y reintegración sociales. La contundencia y poder de esta necesidad ha hecho de Dios (como concepto) una entidad genuinamente inmortal, imperecedera para la enorme mayoría de la población... en efecto, para todos.

Diversos ateísmos no resuelven la cuestión, sino que la trasladan: hay quien no cree más en un Dios "personificado" y cree sólo en el poder de la "naturaleza" o las "fuerzas impersonales" que gobiernan el cosmos en armonía. He ahí Dios, con otro difraz. O hay quien, entregado a la credibilidad científica, desecha cualquier dimensión sobrenatural y pone en la estabilidad eterna de las leyes físicas la tranquilidad de su conciencia. ¿No hay ahí otro Dios? Es decir, ¿no es ése un modo más "moderno" de superar la angustia de lo inestable?

Aquí comienza a revelarse otro protagonista de nuestra elucidación: la angustia. Uno tiene, forzosamente (so pena de caer en el más lamentable de los misticismos) que preguntarse sobre el soporte neurofisiológico de la tendencia evolutiva hacia la creatividad. ¿Qué es lo que hace que el hombre necesite construir artificios (como el lenguaje) para llenar el mundo de explicaciones y eliminar la incertidumbre? Esta pregunta, podrá verse, equivale a preguntar ¿qué es lo que impulsa a un homínido a construir una herramienta y conservarla? La conciencia permite, en el género homo (por lo menos hasta donde la evidencia en enterramientos ritualizados en hombres pre-sapiens muestra) la conciencia de la propia muerte y el propio sufrimiento. La anticipación del sufrimiento (presente en animales con cierto desarrollo neurológico) es el primer motor de la conducta neurofisiológica que interpretamos como "angustia". Esto impulsó al homo-habilis conservar sus herramientas y a establecer una primera relación posesiva con el territorio: para no tener hambre o frío mañana. El hombre descubre el tiempo: los acontecimientos se suceden, no se inscriben en un dibujo estático sostenido en la lógica de la imagen "impresionista", sino que proceden: aunque muchos patrones se repiten, las cosas cambian. Aunque el arbusto con moras nutritivas presumiblemente seguirá ahí mañana, no estará de nuevo lleno de moras si hoy me las comí todas.
Esto se desarrolló más adelante, cuando el hombre descubre que no existe por siempre; descubre el tiempo y los acontecimientos relacionados con el dolor y el desgaste "se llevan" individuos PARA SIEMPRE. El hombre es, entonces, mortal. Apela a otro mundo: un mundo sobre-natural que viola convenientemente las conclusiones de su observación y en el que la vida, de algún modo, continúa. Pues es impensable, insoportable, que todo acabe allí. Es aún más inconcebible que el recolectar frutos y el sufrimiento de la vida tengan el objeto de "recolectar frutos y después morir". La inmanente mortalidad absoluta es insufrible para la conciencia, porque está evolutivamente inclinada a resolver problemas, a llenar huecos. La angustia del hombre es la fuerza de su evolución. Lo hace moverse y transformarlo todo, hasta la realidad y su interpretación.

La vida no puede ser el sentido de la vida... ¿o sí? ¿Qué pasa si aceptamos esta inmanencia y nos comportamos según la evolución nos lo indica y seguimos la senda oscura que nos abre? Quiero decir: si la angustia nos hace convertir todo en herramienta para superar esa angustia, ¿por qué no convertir a la propia angustia en herramienta? Eso sería... humano. Humanísimo. Hacer de la angustia una herramienta, nos permite vencerla. Integrar al sufrimiento al mundo de lo que tranquilamente "conocemos" y así "dominamos" es seguir el mismo camino que hemos recorrido desde hace un millón de años y llevarlo a sus máximas expresiones. ¿No dijo el budismo que al comprender que la vida es sufrimiento se alcanza la "iluminación", la "superación de la vida" y con ello, la del sufrimiento?

¿Por qué estoy escribiendo todo esto?
Bueno, porque no creo en Dios. Dios está un paso antes de esta otra utopía. Dios es muy terco, muy simplón, demasiado buena onda para coincidir con un mundo sumido en la desgracia. No hay Dios. Esto no es un plan y no estoy destinado a absolutamente nada. Mi futuro es una invención de mi tendencia natural a poblar la experiencia con mis deseos e intenciones. Mi futuro es mío. Y eso significa que no es mío, porque yo no soy mío. Soy un nudo de relaciones: y eso es una metáfora geométrica para no volverme absolutamente loco. Pero... el teatro me ha enseñado, con su sabiduría, el poder de creer en la ficción. ¿Quién puede negarme ahora que el teatro es una de las expresiones más humanas que existen, si he demostrado cómo es una extensión del mismo principio, donde la realidad es también una herramienta para nuestros fines?
No creo en Dios. Pero puedo darme un "sí mágico", para mí. Una subjuntividad consabidamente ficticia y por ello humana. La racionalidad me ha llevado a concluir que voy a morir, que no sé cuándo pasará eso, que no podré hacer todo lo que he deseado, no importa cuánto me lo proponga, y que no alcanzaré jamás la paz absoluta, porque soy homo sapiens sapiens y éste no es el jardín del Edén. Y a mis 24 años, mediante un buen entrenamiento de mi hemisferio cerebral izquierdo y una neurosis obsesiva que me hacen relativamente "lúcido"  para mi etapa vital, me contemplo a mí mismo, mortal. Soy finito. El tiempo pasa y no seré eterno. Tengo una sola vida, porque no encuentro forma de creer en la reencarnación y en esta única vida, en este número indefinido e incalculable de años, o meses... (o segundos) que me quedan tengo que hacer todo lo que voy a hacer "YO", por toda la eternidad, en toda la historia humana y natural.

¡Qué cositas para pensar un jueves por la mañana! Too much... Pero... ¿sabes qué? No suena tan mal. No, de verdad. Viéndolo en retrospectiva, ¿no prefieres saber que son tus padres los que tanto se esforzaron para darte ese juguete costoso en Navidad y no fue una entidad sobrenatural (Santa Claus) un perfecto extraño, que le da regalos a todos y bajo la condición de someterse a un conjunto de reglas de conducta social? ¿Es en serio tan sombrío pensar que cuando un bebé se forma es resultado de una fascinante complejidad evolutiva que permite un desarrollo tan impresionante en tan poco tiempo desde una célula hasta un ser capaz de construir una computadora o una estación espacial? ¿Es tan malo y triste que no lo haya hecho un Dios mágico, tronando los dedos, para jugar con él después como soldadito de plomo? 

Personalmente, la inmanencia me ha brindado mieles más... no, definitivamente no diría que más "dulces": diría más bien que serían miles más aromáticas, más profundas. Mieles que no te hablan de un carrousel sino de tu primer beso. Mieles que saben a mujer que me abraza con brazos y piernas mientras llora de felicidad. Me siento más adulto,  más fuerte frente a la simplicidad de las cosas: sólo tengo una vida. Una sola. ¿Dejaré que se me vaya cuando no tengo la promesa de la vida eterna? ¿Dejaré que el miedo (la angustia) me domine en la inmovilidad cuando sé que de nada me va a servir sobrevivir? ¿Dejaré que el remordimiento me prive de la pasión cuando sé que "obrar según..." no me recompensará jamás y no he de perdurar por ello? No. Haré de la angustia una amiga, siempre presente. Le haré el amor y la dominaré en el acto, para convertirla en cómplice... Y le cambiaré el nombre: le llamaré "emoción" o "excitación", o "espectación". La vestiré con las ropas de esa sensación que siento cuando estoy a punto de salir a escena, convencido de un mundo completamente incierto y feliz de ser parte de algo que se mueve, sin que pueda detenerlo el hastío de lo predecible, como quien, a la orilla del precipicio cae en cuenta, por oposición al impulso de arrojarse, del placer que ha tomado de la vida. Le llamaré "Vértigo", y lo convertiré en mi amuleto.

Tengo que arrojarme al vacío, a lo desconocido, enfrentarlo con todas mis armas, porque no hay de otra...NO HAY DE OTRA: no hay un mañana eterno; hasta ahora caigo en cuenta de la simple cientificidad de aquella frase de que "there's no day but today". Me lanzo, porque soy un hombre, porque no hay otra vida, porque recuerdo que he llorado de felicidad, que he comida maravillas, que le he hecho el amor a la belleza máxima del mundo y que he sido. He sido y tengo la magnífica fortuna de seguir siendo. Por un tiempo. Una vida.

Y nada de esto es extraño a lo que mis ancestros hicieron, hace tanto, cuando el día clareaba y salían de las cavernas a enfrentarse con palos y piedras y heróica bravura a un mundo siempre nuevo.

Este es un tributo que rindo a mi entrañable escuela, la ENAH
a la antropología y su agridulce camino, 
a mi amada Brenda y su orgánica sabiduría
y al Hombre... 

jueves, 19 de abril de 2012

Te conozco


Una última cosa;proviene seguramente de mi obsesión por comunicarme,
pero quiero intentar creer que, de algún modo imposible, te conozco. 


Quiero intentar ver que hay una luz que tu alegría simple despide y que sólo vi una noche. 


Pero que desde entonces me ofrece miles de palabras,miles de aromas,miles de rumores en la sombra que siempre me inspira.Y no existe la generación espontánea


.Algo tienes...
Y ese algo es el viento que me mueve a dar un paso loco hacia ti,a sabiendas de soy sólo un "signo vacío", un par de zapatos chirriantes para ti.
a sabiendas de que no sé nada de tu historia, ni de tu destino,a sabiendas de que mi palabra y mi "presentación externa" te impiden conocerme.
A sabiendas de que los miedos primitivos te prohíben degustarme
.A sabiendas de todo.
Así que no he sido ingenuo,pero tampoco me mueve una razón, ni una proclama,ni un manifiesto. 
Sólo me haces moverme como el viento:sólo hay efecto,sólo espirales en la frescura del aire.Y no puede ser de otro modo


.Y eso me hace feliz.


Tengo que retribuirle a tu existencia el hecho de que me has hecho suspirar más de una vezy el hecho de que eso sea tan deliciosamente inexplicable. ¿No te conozco?


Si pasa mucho tiempo antes de que vuelva a verte,sólo concédeme la gracia de ver en mí algo que ya ha renunciado a toda posible apariencia.Reconozco y declaro ante el mundoque mis palabras son medios groseros para intentar dibujar toscamente lo que tendrían que decirte mis ojos aunque sólo te saludara un segundo, en la próxima fiestay tuviera que dejarte ir lejos, para siempre.


¿Qué podría decir para convencerte de la realidad de mis entrañas?
Tendría que decirte cualquier cosa.
Tendría que decirte:

"Vuelve, Beatriz, vuelve tus ojos santos hacia tu amigo que ha dado tantos pasos para verte". 

Camino a ti, a tu espejismo. Voy sediento.

Tantos alientos no se arrojan simplemente a la inclemencia del desierto.

Sólo quiero llenar mis palmas con tu talle y tomar el vino que encierras en los labios.Y si no hay oasis, caeré inevitablemente muerto. La mortalidad me da licencia para sostener mi intuición:

quizá el deseo pueda ser conocimiento.

lunes, 27 de febrero de 2012

Nada que decir

- Entonces, ¿es el fin?

- Eso pienso.

- Creo que, en el fondo, siempre supe que este día llegaría.

- Yo no me lo esperaba. Pero lo tengo que aceptar, ¿no?

- Estoy muy cansado.

- Yo igual.

- Nada valió la pena, después de todo. Llegó el día en que no queda nada por decir. Después de tanto esfuerzo, de tantos sueños, de tanto tránsito, tantas piedras acuchillando mis pies... después de todo... ¿Cómo llegamos a este día? ¿Y qué sentido tiene? ¿Cómo continuar a partir de aquí? ¿Quién va a escuchar nuestro silencio?

- Nadie, supongo.

- ¿Y no te irrita? ¿No odias un poco al mundo por habernos traído aquí, por habernos transportado, procesado, alineado, pulido, manufacturado de tal forma que el día de hoy no tenemos nada que decir? ¿No quieres por lo menos abrirte el estómago o abrírselo a alguien más?

- Lo quise. Ya no.

- ¿Qué cambio?

- ¿No caes en cuenta, verdad?

- ¿Qué?

- Mis palabras, mis ideas, mis latidos (aún los tengo) mis actos... no dicen nada. No tenemos nada qué decir. Mi rabia, mi muerte, la muerte de mis enemigos; todo sería mudo, insignificante. Así que vivo. Aún vivo.

- ¿Por qué? ¿Para qué? Nuestra vida tampoco significa nada.

- No. Sin embargo, espero.

- ¿Qué esperas?

- Nada. No tengo nada que esperar. Sólo escucho.

- ¿El viento?

- El silencio. En él caben todas las palabras. Y yo ando corto.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Senilidad Juvenil

[este es un pensamiento que ya no recuerdo cuándo me surgió, y que hallé hace unos días en el bolsillo de una vieja chamarra]

Sintiendo el frío y sórdido silbido
del camino hacia la vejez,
hacia la lucha solitaria que
ya casi nadie alimenta, que
ya casi nadie cree...
encuentro que mis motivos
viven ahora en el "casi"
que llena mis sandalias
de barro seco y pedernal hastiado.
¡Qué rápido empezó el gris
de los días moribundos a
decidir el destino!

Tan de pronto el miedo espeso
lanza guijarros a mi ventana...


de Viktor K.

P.S.: No recuerdo, como dije, cuándo escribí esto, pero me doy cuenta que este extraño pensamiento no ha dejado del todo mi cabeza. Aún me asalta alguna ocasión... cuando siento en la carne temblorosa cómo el tiempo se me escapa como agua entre los dedos. Cuando siento, al ver el crecimiento ajeno, sentimientos inconfesables de algo parecido al arrepentimiento. Eso pasa... y éste no es uno de mis orgullos pero, si puedo preciarme de algo, es de mi sinceridad.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Emoción

Una noche, recordando las vigilias veraniegas de la juventud en lid, los tersos labios de los besos primordiales, los perfumes predilectos del archivo neuronal dedicado a la satisfacción de las fantasías, me encontré superado, sobrecogido por una fuerza interior, desarmado y sin ánimo de afrontar el flujo incorpóreo con su mudo argumento... tomó posesión de mis entrañas este fantasma que llamamos emoción y asumió la administración de mis humores, mis fibras y mis energías... decidió, sin preguntarme, sobre el ritmo cardiaco, la trifulca respiratoria, la tensión muscular y la postura... decidió, sin piedad y sin mesura, convertirme en un danzante de la música oculta, expresión de una sabiduría ni escrita ni traditada, y emisario del sencillo e imponente mensaje que es Su Voluntad indomable. Esto es lo que llamamos emoción... este es el momento en que se hace tan cínicamente transparente la constante intraductibilidad del mundo... ¿Qué decir? Mientras tiembla deleitada y nerviosa la mano que intenta soberbiamente escribir para "recuperar" la autoridad del destino... ¿Qué decir? Mientras el cuerpo exige la caricia última, el beso fundante de todas las historias, el aria monumental de la Ópera perfecta, y la majestuosa sensación previa a la entrada en escena... ¿Qué decir? Cuando se siente el amor inmenso que intercambian sin recato el presente y el recuerdo... ¿Qué decir? Ante la imagen de los labios risueños y húmedos, de la piel dorada por el sol costeño, del café oscuro y perfumado, de la niebla montañesa, de la canción profunda, del baile meta-orgásmico, del vino orgiástico, del secreto delicioso, de la fiesta fúrica... ¡¿Qué decir?!

Decir que hay momentos, nocturnos muchos de ellos, en que la emoción envuelve de tal arte y con tal brío desgarrador, que la razón se hinca, el cerebro se embriaga, el sentido se redunda, la neurosis desmaya y el corazón se agita tanto que augura con temerario dulzor su última suerte... y es bello... en medio del espectral y erótico silencio se dice que... sobretodo... es bello.


de Viktor K.
[en la foto: la adorable Tania Pérez Salas, bailarina..."pasión en movimiento")