viernes, 24 de julio de 2009

Fruto prohibido


Tengo que contarte algo, hijo mío. Escucha a esta anciana madre tuya porque tiene algo que contarte, algo que probablemente nadie se atreva a comentar después de mi muerte. Siento tan cerca el final... Me convenzo más a cada instante de que mañana habré partido hacia el Limbo; y estoy profundamente triste de que no volveré a Edén. Creo que cuando llegaste a acompañarme a lavar la ropa te conté de que hubo un tiempo, en un lugar maravilloso donde no usábamos ropa. Lo que nunca te conté es lo que significa para mi corazón la vergüenza de ver nacer la vergüenza entre tu padre y yo: fue allí cuando cubrimos nuestro sexo por primera vez. Hubo, en efecto, un tiempo, Set hijo mío, en el que la futa deliciosa manaba de la tierra sin trabajo alguno, y andábamos de un lugar para otro desnudos, limpios y perfectos. Pero no quiso durar, justo como ahora me doy cuenta que no dura mi vida, aún cuando este largo instante que viví me pareció durar nueve siglos. Dios me hizo incompleta, y no me hizo de la arcilla santa de la tierra. Me sacó de un trozo del perecedero cuerpo tu padre. Hoy estoy bien segura, tan segura como que te estoy mirando en este momento, de que ése fue el origen y razón de mi debilidad. Se me hizo débil y fui débil... pero no débil contra nadie sino contra mí misma: y fue así como sentí la delicada emoción que me es tan entrañable: fue así como conocí la tentación.

Era ella mujer, como yo. Pero perfecta...no como yo. Era la criatura más sensual de Edén, la más astuta de todas, "la Serpiente". Creo que ya no puedo seguir buscando la manera de decirte la verdad más oscura y esquisita de mi corazón avergonzado y cansado de avergonzarse, así que dejaré que mis palabras emerjan libres, por impulso propio: Ella me amó de la manera más deliciosa y memorable, y yo la amé de vuelta. Acepté su fuerza y su belleza y descubrí lo que se siente estar encima del amante, estar arriba, más cerca de las estrellas de lo que nunca estuve. La amé, verdaderamente amé a la Serpiente. Caí tan hondo en el centro de sus versos mudos, y me dejé acariciar tan intensamente por su lengua que la amé.

¡Qué dolor, hijo mío! ¡Ay, del espanto infinito, cuando supe que el amor que creía eterno sólo fue materia de la disputa entre dos que se amaron y que entonces ya habían aprendido a odiarse!

Mi amor por ella fue su venganza en contra de tu padre, que igualmente perfecto ya la había amado antes siquiera de mi nacimiento.

¡Ay, cólera insoportable, cuando me di cuenta de mi debilidad! El fruto prohibido me cerró las puertas de Edén, me convirtió en la vergüenza del Creador y en la ofensora perpetua de tu padre. Así que llegamos aquí, a la tierra agreste, llena de abrojos.

Al pensar hacia atrás sobre el jardín y sobre lo que perdimos cuando mordimos el fruto de la ciencia, me doy cuenta, y te lo digo con toda sinceridad, que lo que más extraño es su imagen. La suavidad, la apetencia, el aroma delicado y humano, el calor inigualable bajo su piel fría y disfrutable... te estoy hablando de ella, de la Serpiente. La que me amó aquella vez bajo la sombra del árbol de la ciencia. Y aprendí rápido lo que será la espada infalible de la mujer: aprendí a tentar... fui yo la que invitó a tu padre a unirse a nuestra desafiante orgía, la que tejió nuestro hado maldito y nos arrojó a la tierra seca de penurias. Y la hermosa serpiente de verdes ojos y llameante cabellera robó para siempre mi cálida noche, porque nunca la volví a ver... aunque estando al borde de la muerte quiero creer con toda mi fe que la imagen que veo en sueños de su cuerpo frente a mí, es su espíritu etéreo visitándome, es su corazón pensando en mí.

Ahora que miro tus ojos llorando por mi terrible pecado, creo que puedo estar segura de que no volveré a ver los hermosos prados de Edén. Estoy cierta de que ya no puedes sentir piedad por tu madre. Y, ¿sabes qué, hijo mío? Lo que puedo decirte al final de mis días es que no estoy arrepentida. Eva se marcha del mundo sin lamento alguno. Reconozco con pasión que lo que más añoro y con más placer recuerdo de aquel jardín de las delicias es la suave caricia de aquel espíritu oscuro que me obligó, por la gracia de su amor, a pecar. Y eso para mí fue el verdadero Edén. Por eso te hice llamar: quiero prepararte para sentirte tentado, y para que cuando caiga la dulce magia cálida de la tentación sobre tus carnes te entregues a ella y recuperes lo que le fue negado a nuestro género. Quiero, hijo mío, que recuperes el paraíso. Quiero que peques contra Dios y que te entregues al amor desenfrenado del objeto de tu amor y tu deseo, quiero que te dejes tentar por el delirio de un misterio, de un rincón oculto que te atraiga fatalmente... Quiero que niegues todo lo que te enseñé sobre el miedo y la reserva y que vuelvas a nacer. Quiero que seas otro tú, lleno de vida, de amor, de algo que a pesar de cualquier conclusión, y según la luz de intuición perfecta que me alumbra con certera claridad en la antesala de mi muerte, es infinitamente más humano que la eternidad.


Fragmento del Génesis de Lilith
de Víctor Kraskatollin