lunes, 27 de febrero de 2012

Nada que decir

- Entonces, ¿es el fin?

- Eso pienso.

- Creo que, en el fondo, siempre supe que este día llegaría.

- Yo no me lo esperaba. Pero lo tengo que aceptar, ¿no?

- Estoy muy cansado.

- Yo igual.

- Nada valió la pena, después de todo. Llegó el día en que no queda nada por decir. Después de tanto esfuerzo, de tantos sueños, de tanto tránsito, tantas piedras acuchillando mis pies... después de todo... ¿Cómo llegamos a este día? ¿Y qué sentido tiene? ¿Cómo continuar a partir de aquí? ¿Quién va a escuchar nuestro silencio?

- Nadie, supongo.

- ¿Y no te irrita? ¿No odias un poco al mundo por habernos traído aquí, por habernos transportado, procesado, alineado, pulido, manufacturado de tal forma que el día de hoy no tenemos nada que decir? ¿No quieres por lo menos abrirte el estómago o abrírselo a alguien más?

- Lo quise. Ya no.

- ¿Qué cambio?

- ¿No caes en cuenta, verdad?

- ¿Qué?

- Mis palabras, mis ideas, mis latidos (aún los tengo) mis actos... no dicen nada. No tenemos nada qué decir. Mi rabia, mi muerte, la muerte de mis enemigos; todo sería mudo, insignificante. Así que vivo. Aún vivo.

- ¿Por qué? ¿Para qué? Nuestra vida tampoco significa nada.

- No. Sin embargo, espero.

- ¿Qué esperas?

- Nada. No tengo nada que esperar. Sólo escucho.

- ¿El viento?

- El silencio. En él caben todas las palabras. Y yo ando corto.