lunes, 23 de agosto de 2010

Buscando al Hombre

Me detuve un momento en lo que parecía ser un tendajón. El sol se ponía sobre el semidesierto cuajado a ratos de cactos altivos. Bajé del caballo sin nombre y entré en el establecimiento, no sin antes recibir la mirada intrigada de un extraño. Compré un refresco y salí a tomar el aire fresco a la sombra del pórtico. El hombre que me había mirado seguía empedernido escrutando los linderos de mi faz.

- ¿Qué busca usted, pues? - al fin cuestioné.

- Ando buscando al Hombre.

Su locura me pareció... interesante; la intensidad con la que enunció su proposición, sin embargo, me hizo pensar que tal vez yo fui el primero y el único en considerar el potencial valor de su... atrevimiento, de su... imprecación.

- A ver, ¿Cómo es eso?, oiga.

- Pues es que mire. Yo vengo de por allá, de bastante lejos. Salí de mi tierra por algo que dijo mi mujer... Después de una noche en que le pegué... yo creo que de más, ella me dijo una cosa que me espantó el sueño, que me inquietó, pues.

- ¿Qué le dijo?

- Me dijo, así traqueteada como estaba, espantada, me dijo: "tú no eres hombre... no eres hombre". Ya me había dicho de todo; montón de cosas, pero eso nunca... eso sí nunca. "¡¿Cómo que no soy hombre?!", le digo, "¡A ver si no soy macho, a ver, te voy a enseñar!"... Pero no me va usted a creer... ella me dijo: "Sí, eres macho, pero no eres hombre, no eres humano". Y entonces creí que sabía por dónde andaba la cosa, y que le digo: "Ah, entonces ¿soy bestia, cabrona?" Y que me dice: "No, claro que no... sólo no eres hombre." Luego me fui a acostar... no a dormir, pero me acosté a pensar.
El día siguiente que andaba ella amasando, ya serenada, le dije: "Oye, y entonces ¿quién sí es hombre, según tú?"; "No lo sé", y siguió amasando tranquila. ¿Cómo ve? Esa noche salí de mi pueblo. Ya llevo un rato buscando, busque y busque, pregunte y pregunte.

- ¿Y por qué se lo tomó tan a pecho, hombre?

- Pues mire... Por todos lados que voy, me dicen "hombre". Mi mamacita me decía: "Tú eres hombrecito, tienes que portarte como hombrecito". Y ahora usted, por ejemplo, me dijo "hombre".

Me divertí con esta juguetona "coincidencia".

- Sí, es cierto, le dije "hombre". Pues es que es usted un hombre, señor. ¿Qué va a ser si no? Usted habla, piensa, ama. Usted se ve como yo. ¿Tiene hijos?

- Sí, cuatro. Bueno, y uno que se murió apenas de meses.

- ¿Lo ve? La biología nos enseña que una "especie" es aquella cuyos miembros pueden reproducirse entre sí. Así usted, un hombre, y su mujer hicieron hijos.

- Eso sí... ¿usted es profe, o algo así?

- Algo así...

- Pues mire, sí está muy bien eso de la biología y la ciencia, pero... yo pienso... no creo que mi mujer hablara de eso, oiga. Porque ella es buena, pero no sabe ni leer. Ella no sabe de eso de "especie", ni nada, pero lo que me dijo me lo dijo... bien segura, bien cierta. Ella dice que no soy un "hombre". Ahora ando por todos lados buscando uno. Aunque no sé cómo se vea, ni qué haga, ni cómo hable o camine... ando buscando un "Hombre", uno que mi mujer dijera que es humano, pues. Desde que usted bajó de su caballo me pareció que se ve usted igual que mi mujer, sin ofender... se ve usted igual de seguro, de cierto. Se ve en sus ojos que ha visto mucho y vivido de sobra.

- Algo así.

- Pues por eso... yo salí hace casi dos años de mi pueblo. Salí a buscar al Hombre... y nomás me he topado conmigo... me he encontrado lo que me han dicho todos. Pero no me han dicho nada nuevo. Todo lo que me ha pasado, ya lo sabía yo de mí. Todavía no encuentro qué es eso que mi esposa no encuentra, qué es eso que me dijo tan segura, qué es eso que existe, pero que no ha conocido. ¿Qué es el Hombre? Y si yo no soy hombre, ¿entonces qué soy, oiga? Eso me espanta el sueño todavía, todas las noches. Por eso, como se ve usted viajado, pensé... tiene que haber usted encontrado al hombre. Tiene usted que saber lo que es. Tiene que haberle aprendido a serlo. Pensé que usted es ése hombre que estaba buscando. ¿No quiere venir a mi tierra unos días? Yo lo invito; hay trabajo y comida siempre.

- No, gracias. Tengo que seguir caminando.

- Está bueno - me dijo, muy decepcionado. Bueno, pues cuénteme de usted, tan siquiera.

- No hay mucho qué decir.

- Bueno. Sale, pues. Yo creo que entonces no hay mucho qué decir del Hombre.

Subí a mi caballo, y continué mi camino, dejando atrás a aquel personaje que me pareció un espejismo. De pronto me percaté que no sabía hacia dónde iba... que no recordaba cómo había llegado hasta ahí, ni qué estaba buscando en tantos pasos. Me pregunté, después, por darle alas a la ocurrencia, si, arropado por mi académica arrogancia, no iría yo también, después de todo, buscando lo mismo que aquel viajero.

Fragmento de Un libro que nunca fue
de Viktor Kraskatollin