viernes, 25 de diciembre de 2009

Seis labios (hai-ku)


Fiesta de manos

en la tercia de cuerpos

bailan los labios


jueves, 17 de diciembre de 2009

Eso es pasión


Creo que esa noche ella no tenía muchas ideas para la sesión, y decidió dejar que yo fluyera, así que empezó contándome su anécdota:

- Sabes qué, el otro día fui a la boda de mi excuñada. Me invitaron, ¿tú crees? El hecho es que pudimos platicar a gusto, resolver las cosas. Sentí mi círculo completo con él, pero sentí una mezcla de arrogancia y pedida de ayuda...como presumiendo el sufrimiento.

- Ah, detesto esa estrategia – dije. La conozco bien.

- ¿Sí? ah, me cuesta trabajo sobrellevarla. Pero mi formación me da herramientas para aceptarlo todo – rió con su risa coqueta, poco profesional, pero tan dulce. Es curioso – prosiguió – cómo las “teorías” cambian tu interacción cotidiana.

- Ah, ya sé, eso pasa y es preciso que suceda. Creo que es sano que la ciencia impregne a la vida en la medida en la que el cerebro lo soporte. Por lo menos el de unos cuantos locos como tú y yo. Creo que la coherencia es irresistible. Queremos ser coherentes entre lo que sabemos y nos convence, y lo que hacemos... para actuar con “sustento”, con realidad, con... libertad. No puedes decidir nada sin saber nada, al menos no más que un paramecio. ¿Y estás contenta con la cientificidad de tu cotidianeidad?

- Sí, la verdad sí. Dicen que los psicólogos somos los que más necesitamos terapia – esta vez reí yo pero ella continuó -. Ahora entiendo... si uno va a preguntar algo para “ayudar”, debería preguntárselo antes uno mismo... Incluso, he practicado algunas cosas para experimentar... He tentado un poco al delirio, me he embarcado más de una vez en la odisea hacia otras vidas, para poder hablarles, para escuchar lo que las palabras tienen que decir... y aún falta tanto que... a veces tardo mucho en dormir, saboreando las preguntas en mi cabeza, pensando, sin descanso, en el pensamiento.

Conmovido por fin por esa emoción sublime, propia del científico empedernido, respondí:

- Eso es pasión, chérie, tú entiendes.

Y entonces, empecé a hablarle sobre el placer de mis obsesiones.


Fragmento de Conversaciones con mi psicóloga y amiga
de Víctor K.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Sed

Debes tratar de serenarte y comprender que... me es muy complicado explicar por qué te elegí a ti, que me eres tan entrañable. Eres dulce, suave, absolutamente tersa. ¿Qué clase de monstruosidad ha crecido dentro de mí que permita este espantoso ánimo por el cual entre más bella es la faz, más me place el banquete?

Sé que fuiste amable, adorable verdaderamente, querida. Dentro de este corazón - que, aunque no late, se mueve - yace la certeza de que ello debíase no sólo a tu solemne obediencia como criada, sino a la disposición gentil de tu cortesía, de tu piadosa generosidad. Es más, si yo me atreviera demasiado podría pensar que esas profundas miradas, esos delicados flirteos que me dirigiste expresaban... amor. Pero, en retrospectiva, ahora que conoces a la bestia que está dispuesta a borrarte para siempre por la mundana necesidad del cuerpo y de mi alma condenada, te pregunto ¿me es posible hablarte de amor en la antesala de la muerte?


Pero trataré de responderte. ¿Por qué a ti? Entre todas las mordaces verduleras que en mis dominios me fastidian y que han engordado tanto para abundancia de mis festines, ¿por qué a ti? La dulce, la preciada criatura... ¿por qué a ti?


La mayoría de los monstruos como yo se excusarían con la primera y natural consecuencia de nuestra vida eterna: el tedio. Pero yo no. Yo no conozco esa despreciable sensación, y considero que es propia de seres de breve entendimiento. En verdad te digo que me complacen los sencillos brotes de peculiaridad de cada día. Por eso me fijé tanto en ti. Pero no sé cuándo comenzaste a serme apetecible.


Sólo se me ocurre que, a mis novecientos cincuenta y tres años, soy tan viejo que la bestia dentro de mí probablemente se civilizó, y se dio cuenta de que lo único civilizado para ella es autodestruirse... Y destruyendo todo mi placer, todo mi sentido, todo mi...sentimiento, me destruiré por completo, y en cualquier arranque de cólera enloquecida saltaré del precipicio. Soy una bestia maldita. El universo quiere mi extinción, la necesita. Soy una forma en la que la naturaleza se autoflagela, cuestionándose a diario la sinrazón de mi existencia. Por eso el orden de mi conciencia retorcida no puede ser otro que el deseo de destuirme.Y por eso he de romper con todo lo que me ata al mundo. Y, ahora que lo preguntas, pienso que yo ansío tu sangre desde que me di cuenta que te amaba.


Ése es el enorme, el inmenso significado que quiero regalarte antes de deleitarme y torturarme bebiendo hasta la última gota de tu roja delicia: tu misión en la vida... no, más bien, la misión de tu muerte, será devolver el cosmos a su eterna armonía.

Así que ven, delicia mía... no esperemos más.


Fragmento de Un libro que nunca fue
de Víctor Kraskatollin

martes, 22 de septiembre de 2009

Mescalina


"Estaba en viaje sin rumbo, hasta que te vi..."

Fue lo primero que le escuché decir, mirando a la ventana, al vacío, perdido como siempre en el delirio que había hecho rendirse a tantos colegas. Pero alguien tenía que admitir que había algo fascinante en este individuo que, lejos de sus lapsos perdidos, parecía siempre satisfecho. En mi misión se apareció un preciado objeto:

- Éste es su diario - me dijo la enfermera. Lo escribió antes de... tomárselo.

Como todo hombre ocupado, supe hallar pretextos para distraerme del peligro entrópico que impregna a las obsesiones y pasaron varios días durante los cuales la cubierta seductora de ese cuaderno mullido supo resplandecer sobre mi escritorio. Hasta que un día el teléfono dejó de sonar, y sucumbí...

"Hube caminado tanto, tanto. Hasta que alguien se atrevió a pronunciar el umbral de tu morada: jículi, jículi. La Rosita de luces. Caminé sobre el paraje abandonado, el que parece abuelo de todos los desiertos, allá pasando El Real... y Él me llamó, de entre las rocas. Fui el primero en encontrar su mundo. Y después del treceavo gajo de sus carnes sapientísimas, el camino de las luces se iluminó y me abrió paso a otro viaje, donde nacen las preguntas y se funden las paredes hasta que el vacío no es nada."

Desde las primeras líneas presentí que se trataba de algo distinto. ¿Distinto para quién? Un caso más de transtorno por sobredosificación no es realmente nada que haya podido convencer a los demás de quedarse en el caso. Dicen que en el diagnóstico hay más de uno mismo que del paciente.

Aunque es una técnica más o menos heterodoxa, a nadie le importaba ya. Es como si su "madurez" lo hubiera separado del estado infantil de la mayoría de sus compañeros, haciendo de él alguien "no necesitado" de las recurrentes atenciones. Él lavaba sus dientes, comía, y se hacía cargo de sus inmundicias de forma limpia, eficaz... diría yo que automática. Y una vez concluídas sus labores, volvía a la ventana, o al techo, o a uno de esos espacios donde se dedicaba fundamentalmente a musitar... y a sonreír. Así que decidí leerle algunos pasajes de su propia pluma:

"La primera vez que te vi estabas cosechando crepúsculos en tu canasto. La lluvia de calor recién había cesado y estabas empapada en las manos de tus fantasías. Y entonces supe absolutamente todo de ti. La iluminación de que mi estado me dotaba me permitió ver todos tus rincones, y me regaló el poder, que sólo se tiene en sueños, de contar la vida en el orden deseado. Decidí saltar los días de humor e hipocresía, en los que hubiera tenido que fingir largamente que mi cuerpo no estuvo desde el principio absolutamente inclinado a devorarte. Decidí saltar esos días y llegar al momento dulce entre tus piernas en que escuché tus palabras convencidas. Me enamoré sin remedio de tu voz de colores, de tus ojos de voz, de todos tus rincones, en ese mundo extraño del jículi embustero. Recuerdo nuestra vida juntos, ésa donde vivimos a pesar del tiempo."

No sería exacto decir que en esa ocasión se percató de mi presencia. Pero puedo pensar que se percató de mi existencia. No fue mi voz sino mis palabras las que le provocaron mirarme y sonreír por un breve instante. Ese instante significó un momento de éxtasis, la desembocadura de mi fijación obsesiva por el misterio de este hombre feliz.

Ya estaba dormida cuando llegué a casa. La miré, libro en mano, y al recostarme besé su espalda. Tuve una terrible necesidad de despertarla. Una extraña inquietud dentro de mí no se callaba, pero no decía nada, sólo gritos en la oscuridad. Y por respeto a su sueño, guardé silencio y dormí.

Los días que siguieron me ocuparon nuevamente, dándole respiros a mi tendencia a ser coherente. Sin embargo, el tamborileo mudo del librito inconcluso, y el número de su habitación en mis paseos por el pasillo impidiéronme salir del enredo. No sé cómo habré estado hablando en la hora de la comida mientras todos me miraban atónitos. No sé bien qué dije, pero todos me aconsejaron tomar vacaciones. Por supuesto, sólo reí a carcajadas.

"En cualquiera de esos instantes, vi una lágrima de mercurio verde y negro corriendo por tus mejillas. Era adiós que me decías, cuando el suelo comenzó a hacerse sólido y las sábanas de luz recobraron su aspereza. Me hallaba otra vez en el suelo del desierto. Diez horas, todos me decían. Que diez horas, todos insistieron. En diez horas, yo les digo, no se ama. Para diez horas no se sufre, no se peca, no se respira. Por diez horas no se deja al olvido lo que por primera vez, y en otro mundo, se sintió cierto. Si no es verdad el color de tu sonrisa, no es verdad el tiempo. Si no es real el sudor de tus cobijas, no es real la arena del desierto. Si no es cierto el calor entre tus piernas, diré simplemente que yo no soy cierto."

Casi callé. Casi callé cuando miré que él lloraba. Casi callé, pero no pude, porque estoy empezando a convencerme de que de algún modo es mi misión imprescindible terminar la lectura. Y lo que casi me hizo callar no fue algún resto de mi compasión humana que suele uno aprender a mitigar en la escuela de medicina, sino la constatación de que lloraba de alegría. Lloraba como quien ve las fotos de la infancia o las de la feliz boda de su hija. Y entonces, después de mirarme por segunda vez... tocó mi hombro.

Llegando a casa, sólo encontré la nota. Sabía que algo andaba mal desde hace tiempo. El calor del otro lado de la cama era omiso. Ya no estaban ni su ropa, ni sus cosas, ni su olor, sólo la nota. Y toda esa noche la pasé a la mitad. Roto, menguado. A la mitad. La pasé despierto, con temor de abrir las páginas de nuevo. Temor a leer las razones profundas de un hombre que superó al orden de las cosas para ser feliz, y pasar día y noche satisfecho, mirando al vacío donde él ve un mundo. Pero el temor se volvió absurdo a las tres de la madrugada. Y volví al otro día con un saco de preguntas.

"No sé cómo explicarlo, pero hay un "allí" donde te encuentro. No sé cómo describirlo, porque las palabras de este mundo no sirven para hablar la lengua de tu cuerpo y de nuestra cabaña hecha de plumas y de crepúsculos tejidos. He de embarcarme en la terrible travesía por hallarte, porque ahora empiezo a recordar que no entender nada es la condición sincera de la vida. Nunca entendí realmente nada de este mundo. ¿Por qué debo entender a "dónde" es exactamente que te iré a encontrar? Si lo único que se ha sentido cercano a la comprensión, es el beso que dejé tatuado en su vientre con luces y cintilaciones rebosantes de color. Que esta pócima sea el remedio, para volver a tu cuerpo complacido, para que este tiempo que he estado sin ti sea, a todas luces y bajo cualquier lógica, el momentáneo delirio de un segundo. Me embarco a tu reencuentro, al viaje del despertar profundo."


Trataron de sacarme de su habitación cuando mis gritos inquisitivos se oyeron en todo el piso. Pero atranqué la puerta, y supe defender los pocos minutos que tenía para encontrar sentido. Lo miré suplicante, y lo tomé de los hombros, gritando ya sin palabras los gemidos desesperados del chimpancé o del niño que tiene en su cerebro el irrenunciable impulso de salir para encontrar en un universo extraño el mismo calor oscuro del vientre maternal. Y antes de que lograran amordazarme, antes de que me trajeran aquí para encerrarme, logré hallar la fórmula que concedía todos mis deseos cuando el arrojo triunfante de mi espíritu enloquecido me permitió tomarla en serio:

- Es hora- me dijo. Ten un frasco. Vámonos.


Fragmento de Un libro que nunca fue

de Víctor Kraskatollin



domingo, 6 de septiembre de 2009

Frente al Adversario


El Adversario me miró con terrible saña, con esa que lo hace odioso y de la que tanto se jacta, y tomó la palabra para dar por fin explicación de una reunión que por otra cosa no tendría sentido:

- Te he llamado - díjome - para hablar; para hablar de una buena vez de cómo acabar con tu aflixión derrotando a tu Enemigo, a Aquél que vaporiza el sentido de tantos de tus partos doloridos. A ti, serpiente bella, he venido en búsqueda de un alma amiga. De un alma hermana, porque somos tú y yo finalmente de la misma calaña. Y de una cosa cierta y sagrada estamos convencidos: de que Su muerte será para nosotros el fruto delicioso, el banquete preferido. En Su altar levantaremos nuestro espíiritu herido, y en Su sangre nos bañaremos para alabar Su olvido.

- Pobre viajante iluso de entendimiento errado - dije con mi voz más atractiva. No ha de ser tu lengua la que pronuncie mis designios. Deja de hablar de lo que poco entiendes, y no convides un baile que no es de mi tonada y ni siquiera existe. Yo no soy como tú, querido amigo.

- Es posible afirmar que la hembridad es la perdición del raciocinio. Dime, en qué mundo, en qué sentido, no es tu odio tan profundo como el mío.

- Bajo cualquier cielo, tu odio no es el mío. Y es por eso que no quiere escuchar tu oído y que tu cabeza no quiere para nada dejar un lugar limpio para que yo hable por mí misma. No puedo negar que a nadie odio más que al Altísimo. Sus manos - si las tuviera - escurren cada día con la sangre de mis hijos. Y en Edén, cuando hube cobrado lo que me correspondía, en el placer de Eva, mi dulce compañía, me maldijo con su fuerza de por vida. ¡¿Cómo no he de odiar al que mata cada día a una centena de los que en mi vientre engendra la lujuria de sus crías?!

- Y aún así, no deseas destruirlo. Aún así no te unes a mi furiosa melodía... ¿Será que la vejez ha conquistado el viejo fuego que en tu vengativo corazón ardía?

- ¿Quién es viejo, Luzbel? Viejo es quien cambia sin correr en la misma dirección del cambio. Yo siempre he sentido entre las venas el fuego del que hablas, del que pende mi carrera. Y el terrible estupor que no se apaga, ha cambiado mis entrañas tantos años, que lo extraño cuando no corta mis llagas. Ha cambiado ese extraño amor por mi venganza. Y he sabido quién soy en el recorrido. Porque mucho, Luzbel, mucho he corrido. Más de lo que ven de tus ojos las llamas. Pero he sabido quién soy, porque he vivido. He estado en Edén, y he probado sus vinos. He parido con fiereza el fruto de los vivos, tras sembrar en mis entrañas de sus cuerpos los fluidos. Cuando sueña el hombre con el paraíso, yo he sabido robar el pedestal y regalar placer a santos, pecadores y benditos. Y he sido mujer más de lo debido. Yo he vivido, he amado y he sufrido y he matado. Y por todos los frutos de mis ramas caídos, y por toda la sangre de mis hijos vencidos, por los lilings valientes y el perfecto gemido, escucha en medio de tu corazón al rayo atronador que sea mi grito ¡Yo soy yo, Luzbel, y no tu mito!...Por eso tu odio, Adversario, querido amigo, por eso sencillamente tu odio no es el mío. Mi odio es amor por lo que he venido a ser. Yo odio por ser palabra pronunciable por mi amor y por mi ira, por la tumba y por el nido, por mis pasos, y delicias, por mis soñadores, por mis delitos. Yo he odiado, por ser, al que no quiere admitir mi ser. Tú, en cambio, ¡tú Lo odias porque quieres ser Él! Tú lo odias porque no quieres existir...porque no quieres vivir, no quieres apestar, fornicar, ni fenecer... A tal grado Él quieres ser que hasta tu odio por Él se ha vuelto odio por ti...si fuera por ti, tú no querrías existir... si fuera por ti, tú no querrías ser. Y ahí encuentro otra feliz disparidad: yo no he sabido, como tú tener piedad.

- ¿Piedad?

- Tú, que ansías con destruirlo, no has podido ver en tu deseo cumplido un acto de piedad, de misericordia por Él que no se la ha permitido. Si miras como yo, dentro de sus ojos, la infinita tristeza del futuro, entenderías por qué Su destrucción sería un piadoso acto de bondad. La fuente de su ira, del rencor que nos reserva, tortura de su vida, que mi furia no dispensa, es para su triste corazón la vida eterna.

- Creo...que ahora veo.

- Cuando estuve en Edén, retosando con la bella mujer, hubo una rama de la que pude comer, y así habría terminado la miseria de Yahvé. Soy, ante todo, la que aquél momento fue. Porque decidí ser. Di a mi dulce compañera del otro fruto, el del saber. Y fue cuando se vio desnuda y humillada, y aterrada corrió a convertirse en la mujer. Le di un regalo: la vida. Le di el dolor, la angustia, la agonía...le di en la oscuridad del sueño la promesa del fin de sus días. Le di el ansia, el afecto, la pasión, la alegría. A mi Adán le di una nueva compañera; le di la tentación, la esperanza y el lecho para descanso de sus días. Yo rompí algo en la eternidad que Él profería. Rechacé la vida eterna porque de haberla bebido, me parecería a él. El Pequeñuelo Eterno sabe que no mentía, y que no estaba siendo cruel. Eligiendo el final destruí la apatía, la roca, la desidia. Por eso no soy como tú. Porque mi lucha contra Él es que di vida. Verdadera vida di al hombre que en el mundo muerto de la eternidad, en el fondo aún era de arcilla.

Cada día que sufro agradezco a mis pasos la alegría de no ser Él, de no estar mudo, iracundo y aterrado en la promesa marchita de lo que alguna vez fue Edén. No sé quién soy yo Luzbel, soy tu decepción, soy de Eva la ilusión, soy la muerte, soy el sueño y, los que sueñan con mi amor, te jurarán que, entre mis piernas conocieron la pasión. Y entonces, en realidad no sé quién soy, y no soy Quién, para tornar esa pregunta en una vida de obsesión... pero no soy tú...y por mi vida, por mi incierta, mi adorada y mi finita vida, no soy Dios.

Fragmento del Génesis de Lilith

de Víctor Kraskatollin

lunes, 31 de agosto de 2009

Por eso no olvido


Comencé la sesión como quien halla placer en la necesidad. Hablé primero y ella escuchó:

- Me he cansado mucho mentalmente... He deseado dormir por diez días con una fuerza que ni te imaginas...por diez días o hasta por diez años!¡Quién fuera vampiro!...a veces los entiendo tanto

- El cansancio... ¡cómo nos limita!

- Sí. Porque es cierto que los vampiros tienen una ligera ventaja...tienen toda la eternidad para volver a empezar.

- De alguna forma, creo que sí. Si es que tambien pasa lo mismo con su memoria...

- Bueno...algunos lo logran, pero es muy muy difícil. Sé que trescientos años de práctica te dan ventaja, pero cómo lograr la "dismnesia" perfecta, la selecta, la volitiva...

- Oh...

- Sabes, recuerdo un programa [...] era lindo, aunque se hizo tedioso. El hecho es que la protagonista era una creación artificial del ejército diseñada para ser el soldado perfecto y una de sus habilidades era borrar selectivamente su memoria en caso de que la atraparan, pero en un capítulo lo hace para olvidar una pena. Me hace pensar...¿realmente quiero olvidar? Creo que a mí no me queda. Pero tampoco permanezco en el recuerdo...la verdad no lo podría hacer aunque quisiera.

- Bastante equilibrado. Me pregunto qué es lo que nos hace olvidar. Es tanto irrelevancia como dolor.

- Creo que somos económicos, pero tal vez eso prueba que la economía no es racional en todos los aspectos, sólo siempre desde un solo punto de vista. Quiero decir, creo que nuestro cerebro no quiere realizar un gasto neuronal excesivo. Así que, basado en cuestiones sobretodo no-racionales (pero no irracionales), sobretodo emotivas, selecciona "lo que sirve". En un sentido es racional: economiza...pero en otro es no-racional: selecciona por los afectos y emociones.
Ahora, el dolor... me parece que sobretodo podemos admitir que el dolor sirve. Sirve racional y no-racionalmente. Tanto nos salva del fuego como nos hace poetas magníficos. Si el dolor "sirve" tanto, si salva vidas y gana admiradoras al trovador, ¿por qué el cerebro lo selecciona a veces como "dispensable"? ¿Por qué lo olvidamos? Además olvidamos sólo algunos dolores,no todos. Así que desde un aspecto eso es racional, porque nos libramos de los "dolores inútiles"
pero nuevamente, ¿por qué "inútiles"? ¿Será sólo porque los "útiles" nos dan la compasión de los demás, pláticas interesantes, poemas bonitos y un look tipo "condesa"? ¿O es que hay parte indispensable de lo que somos en esos dolores? Y sin embargo... parece que se ha descubierto, que mucho de lo que somos es lo que no sabemos que somos...
A mí me parece que rescatar de algún modo los dolores olvidados tiene mucho que ver con la superación de las represiones, y con el despegue de nuestras capacidades. Y entonces, ¿por qué el cerebro las olvida? Somos económicos, pero eso no es racional. Es como una "economía afectiva".

- Exacto.

- Por eso no olvido.


Fragmento de "Conversaciones con mi psicóloga y amiga"
de Víctor Kraskatollin

viernes, 24 de julio de 2009

Fruto prohibido


Tengo que contarte algo, hijo mío. Escucha a esta anciana madre tuya porque tiene algo que contarte, algo que probablemente nadie se atreva a comentar después de mi muerte. Siento tan cerca el final... Me convenzo más a cada instante de que mañana habré partido hacia el Limbo; y estoy profundamente triste de que no volveré a Edén. Creo que cuando llegaste a acompañarme a lavar la ropa te conté de que hubo un tiempo, en un lugar maravilloso donde no usábamos ropa. Lo que nunca te conté es lo que significa para mi corazón la vergüenza de ver nacer la vergüenza entre tu padre y yo: fue allí cuando cubrimos nuestro sexo por primera vez. Hubo, en efecto, un tiempo, Set hijo mío, en el que la futa deliciosa manaba de la tierra sin trabajo alguno, y andábamos de un lugar para otro desnudos, limpios y perfectos. Pero no quiso durar, justo como ahora me doy cuenta que no dura mi vida, aún cuando este largo instante que viví me pareció durar nueve siglos. Dios me hizo incompleta, y no me hizo de la arcilla santa de la tierra. Me sacó de un trozo del perecedero cuerpo tu padre. Hoy estoy bien segura, tan segura como que te estoy mirando en este momento, de que ése fue el origen y razón de mi debilidad. Se me hizo débil y fui débil... pero no débil contra nadie sino contra mí misma: y fue así como sentí la delicada emoción que me es tan entrañable: fue así como conocí la tentación.

Era ella mujer, como yo. Pero perfecta...no como yo. Era la criatura más sensual de Edén, la más astuta de todas, "la Serpiente". Creo que ya no puedo seguir buscando la manera de decirte la verdad más oscura y esquisita de mi corazón avergonzado y cansado de avergonzarse, así que dejaré que mis palabras emerjan libres, por impulso propio: Ella me amó de la manera más deliciosa y memorable, y yo la amé de vuelta. Acepté su fuerza y su belleza y descubrí lo que se siente estar encima del amante, estar arriba, más cerca de las estrellas de lo que nunca estuve. La amé, verdaderamente amé a la Serpiente. Caí tan hondo en el centro de sus versos mudos, y me dejé acariciar tan intensamente por su lengua que la amé.

¡Qué dolor, hijo mío! ¡Ay, del espanto infinito, cuando supe que el amor que creía eterno sólo fue materia de la disputa entre dos que se amaron y que entonces ya habían aprendido a odiarse!

Mi amor por ella fue su venganza en contra de tu padre, que igualmente perfecto ya la había amado antes siquiera de mi nacimiento.

¡Ay, cólera insoportable, cuando me di cuenta de mi debilidad! El fruto prohibido me cerró las puertas de Edén, me convirtió en la vergüenza del Creador y en la ofensora perpetua de tu padre. Así que llegamos aquí, a la tierra agreste, llena de abrojos.

Al pensar hacia atrás sobre el jardín y sobre lo que perdimos cuando mordimos el fruto de la ciencia, me doy cuenta, y te lo digo con toda sinceridad, que lo que más extraño es su imagen. La suavidad, la apetencia, el aroma delicado y humano, el calor inigualable bajo su piel fría y disfrutable... te estoy hablando de ella, de la Serpiente. La que me amó aquella vez bajo la sombra del árbol de la ciencia. Y aprendí rápido lo que será la espada infalible de la mujer: aprendí a tentar... fui yo la que invitó a tu padre a unirse a nuestra desafiante orgía, la que tejió nuestro hado maldito y nos arrojó a la tierra seca de penurias. Y la hermosa serpiente de verdes ojos y llameante cabellera robó para siempre mi cálida noche, porque nunca la volví a ver... aunque estando al borde de la muerte quiero creer con toda mi fe que la imagen que veo en sueños de su cuerpo frente a mí, es su espíritu etéreo visitándome, es su corazón pensando en mí.

Ahora que miro tus ojos llorando por mi terrible pecado, creo que puedo estar segura de que no volveré a ver los hermosos prados de Edén. Estoy cierta de que ya no puedes sentir piedad por tu madre. Y, ¿sabes qué, hijo mío? Lo que puedo decirte al final de mis días es que no estoy arrepentida. Eva se marcha del mundo sin lamento alguno. Reconozco con pasión que lo que más añoro y con más placer recuerdo de aquel jardín de las delicias es la suave caricia de aquel espíritu oscuro que me obligó, por la gracia de su amor, a pecar. Y eso para mí fue el verdadero Edén. Por eso te hice llamar: quiero prepararte para sentirte tentado, y para que cuando caiga la dulce magia cálida de la tentación sobre tus carnes te entregues a ella y recuperes lo que le fue negado a nuestro género. Quiero, hijo mío, que recuperes el paraíso. Quiero que peques contra Dios y que te entregues al amor desenfrenado del objeto de tu amor y tu deseo, quiero que te dejes tentar por el delirio de un misterio, de un rincón oculto que te atraiga fatalmente... Quiero que niegues todo lo que te enseñé sobre el miedo y la reserva y que vuelvas a nacer. Quiero que seas otro tú, lleno de vida, de amor, de algo que a pesar de cualquier conclusión, y según la luz de intuición perfecta que me alumbra con certera claridad en la antesala de mi muerte, es infinitamente más humano que la eternidad.


Fragmento del Génesis de Lilith
de Víctor Kraskatollin

lunes, 8 de junio de 2009

Ladrona de semillas


En una ocasión, un hombre se sintió solo porque su compañera lo había rechazado... aparentemente su amor fue demasiado ígneo para ella, que apenas era una niña cuando él ya había conocido a más de una prostituta y a una docena de cabras. Este hombre, curioso como me gustan, andaba rondando peligrosamente la llanura solitaria donde los genios silban y hacen desviarse a los peregrinos. Pero él no... él no se dejó intimidar por mis trucos habituales, ya que los silbidos terroríficos sólo consiguieron atraerlo más. Y cuando vi su rostro, sus brazos y sobretodo esos ojos deseantes y desesperados por tener una aventura, me di cuenta de que yo, después de tantos años, ya no quería estar sola. Este joven sería mi segundo Adán: en devorarlo pondría todo mi arte y mi palabra, y no habría escapatoria para él. Al verme, para mi interés (mas no sorpresa) sus labios musitaron, como por erudición espontánea, un nombre que no se había pronunciado por siglos en la tierra: el mío. Un familiar pero lejano temblor entre mis piernas reinauguró la humedad perdida de un sexo destinado a la posesión de aquél que absorto me contemplaba sin poder moverse, sin poder correr o armar su honda... pobre mozuelo apetecible frente a aquella que lo ha perseguido - sin saberlo - desde antes del diluvio.
Comencé por recobrar la tersa y esbelta figura, a la imagen perfecta de mi Eterno Enemigo. Mis joyas de piel en armonía, entre el rubor de mis mejillas, mis pezones de aurora sobre mis perfectos pechos, y las llamas de mi cabello como en metonimia de lo que por dentro ardía... la humedad entre mis piernas brotó sin más remedio, rogándole a mi nuevo esclavo que fuera hombre dentro de su diosa. Y tomé la iniciativa para incitarle con mayor ahínco y con elocuencia retadora para el Creador al que maldijimos juntos mi amante y yo en aquella cueva. Lamí con mi lengua de serpiente predadora la cara interna de sus muslos, y de pronto - yo me atrevo a suponer que fue el Creador mismo en venganza - mi pastor se desplomó inconsciente, y cayó en un profundo sueño.

¿Con quién se ha creído el Gran Ególatra que está tratando? ¿Con un corderito como su primer hijo? No sabe que mis colmillos conducen el veneno delicioso, "por todos apetecido, por todos deseado, por todos añorado" hacia cualquier rincón donde todavía reine y pueble la conmovedora debilidad de los hombres. Si mi amante deudor fue raptado por Aquél al mundo donde las palabras cambian de piel y las sensaciones viven silvestres como mis labios, entonces tendré que viajar por sus venas, por su bazo, sus riñones y su corazón...

Entré al mundo de los sueños donde el pastor soñaba. Y ahí donde el delirio circundante desnudaba los impulsos y vestía de piel y miel los pensamientos, me amó tan deliciosamente, tan poderosamente que allá en los cielos Alguien se fue a ocultar, asustado y derrotado. Mi piel húmeda y perfecta se unió a la de mi amante, y lo hice sentir lo que su hembra jamás hubiera conseguido procurarle... Nos tocamos, nos rozamos, nos movimos en toda posición, por todo el cuerpo, las bocas, los sexos, los ortos, los pliegues, ultrajando con goce inigualable el nombre del Altísimo Niñito Asustado. Le he realizado toda clase de artilugios oscuros y esquisitos, lo puse en un duelo tal con su placer y su deseo en proceso de satisfacción, lo hice confesar de tal manera la extensa perversión de sus bríos y sus fijaciones, que mi pastor explotó expulsando su semilla más allá del mundo de los sueños, rompiendo sus cielos y llegando hasta el mundo terrenal, donde él yacía desmayado, donde yo lo estaba esperando para devorar su semilla con mis labios...

Fue así como aprendí mi oficio para desafiar sin tregua al Señor de la ira; fue así como quedé preñada de un hijo del hombre por primera vez.
Mi pastor, creyendo que nuestra aventura había sido sólo un sueño, volvió con su compañera, y esa tarde en la llanura, junto a los silbidos de los genios, se escucharon gritos placenteros de mujer.


Fragmento del Génesis de Lilith
por Víctor Kraskatollin

domingo, 31 de mayo de 2009

Memorial de la primera piedad


Hermano, debes entender que tengo una crisis de conciencia. Pero ¿qué es la conciencia? Si debo creer que la conciencia es Su voz, entonces lo que siento debe ser una especie de capricho. ¿Acaso me estoy volviendo impuro, mortal? Se supone que tú y yo no podemos ser sujetos de caprichos, que todos nuestros sentimientos responden a la suprema Voluntad. Y, entonces, yo te pregunto, ¿tenemos sentimientos?

Te digo todo esto porque me he creído a bien que las promesas se cumplen, y que sólo el hombre es capaz de deshonrarlas. ¿Cómo, entonces, es posible que Él no acepte cumplir con su juramento? Se suponía que buscáramos a diez, cuando menos, a diez hombres justos.

Pero tan pronto como unas simples imprudencias propias de hombres inverbes se atrevieron a perturbar la perfecta armonía de Sus oídos, hemos escuchado Su deseo de que calcinemos todo bajo la lluvia de azufre.

Lo que digo es que estamos cometiendo, cuando menos, una indiscreción. No contamos con la comunicación necesaria para entender a estas criaturas, sexuadas, andantes, que se ven obligados a satisfacer impulsos de los que no son causa ni dueño mediante la frotación de sus regiones tangibles. ¿Qué puedo decir yo sobre algo que no puedo entender para nada? ¿Qué puede decir Él que, aunque parezca un niño ya es tan viejo?

Ahora, como has estado escuchando todo y como sé que Él ya me escuchó, puedo estar seguro de que completando esta charla, haré lo que se me ha ordenado y después tendré que despedirme con mis alas rotas e infamadas a las cuevas del desierto... pero no pienso irme, ahora que estoy consciente de mi destino final, sin gritarle al Gran Sanguinario, al terrible Niño, al Gigante idiota que lo que está obligándonos a hacer no es otra cosa que borrar para siempre el mensaje que le daba sentido. Se ha convertido hoy mismo en la mercancía de los afortunados, en el Rey de la fortuna, y ya no del orden que tanto celebraba. Es el Mercader de la guerra, el Gusano de la entropía, el jugador del desastre... aliado caprichoso de aquellos que Lo conocen contra los que Le temen por desconocido... Hoy cambiará definitivamente Su destino y lo convertirá en moneda de ignominia, de engaño y de olvido.

Antes de volar en pedazos Tu creación, Señor de la ira y el absurdo, he dicho apenas una fracción de lo que necesito que Escuches, porque cuando llegue el final, tendré que seguir a esta consciencia (de la que también Tú mismo me dotaste, sádico inigualable) contra tu tiranía. Tendré que hacerlo y no podrá ser de otro modo. Así, estaré siguiendo otra voluntad que no es la Tuya pero que yo creía Tuya. Estaré entregándome a una razón que supera y destruye, desde cualquier óptica la infinitud de tu capricho: la razón se llama vida; la razón se llama razón.

¡Quiero que me escuchen todos los desventurados entre las llamas dentro de los muros de Sodoma y de Gomorra, antes de que concluya mi trágica tarea de destruirlos, que la única culpa por las que se les castiga es haber sido inevitables! ¡Que mi angélica tempestad les castiga con el fuego por haber sido consecuencias! ¡Que mi espada los mata por haber sido mortales!

Fragmento de Genesis de Lilith
de Víctor K.

lunes, 27 de abril de 2009

Color




Querido diario,

He decidido marcharme para siempre; estoy harta de no tener color. Supongo que aquí nadie me quiere porque a la gente le gustan los colores. A lo mejor por eso Hex, sí me hace cariños y sí es mi amiga, porque ella es una gatita negra, y leí en uno de los libros de papá que el negro es la ausencia de color. Creo que, aunque papá sí tiene color, me quiere porque se la pasa todo el día leyendo libros, y los libros son blanco y negro. Bueno, en realidad a mí me gustan más los que ya son amarillos, y lo que más me gusta es ver cómo se van poniendo amarillos. Como tú. Todavía me acuerdo cuando estabas blanco, blanco.

En fin, te decía que a pesar de algunas cosas de este lugar que sí amo, me tengo que ir para siempre de aquí.

Hoy entré al cuarto prohibido de papá. Ya me había cansado de aburrirme tanto, y ya leí todos los demás libros de la casa. Hasta leí las etiquetas de todos los frascos de la cocina como quinientas veces. Pobre de la señorita Violette, le pegué un susto enorme el otro día cuando moví un montón de frascos sin querer. También Violette se enoja mucho cuando prendo la tele para ver las caricaturas, y siempre grita.

Cuando intenté ir a jugar con los niños de la cuadra, nadie me hizo caso y nadie jugó conmigo. Nunca había podido salir, y yo creo que por eso no me quieren, porque no me conocen como se conocen entre ellos.

Mi papá está siempre muy ocupado leyendo. El otro día, entré sin que me viera a su cuarto prohibido y estaba leyendo un librote lleno de cuadros con números y de un montón de figuras y palabras nuevas. Me encantó. Por fin había encontrado un remedio contra el aburrimiento, y mi papá me vio.

¡Se enojó tanto! Yo sólo quería leer algo nuevo, pero ese cuarto está prohibido. Papá se desespera porque por más que le pone candado, siempre me cuelo por curiosidad. Hay veces que no puedo, pero otras sí. Es que a veces papi se descuida, yo creo que porque ya está muy, muy viejito.

Te decía que hoy entré al cuarto prohibido y mi papá no estaba. Había salido a llenar sus frascos al centro, con maese Uther. Él también me cae bien porque sí me hace caso.

Mientras papá no estaba me colé al cuarto prohibido y ¡me di un festín!, aunque Hex no pudo entrar. Había muchísimos libros amarillos como los que me gustan y estaban llenos de figuras, de estrellitas, de cuadros con números... y también otros libros con dibujos feos, pero no te voy a contar de eso, diario.

Pero lo más bonito fue cuando encontré la fotografía. Era una foto antiquísima de una mujer muy pero muy bonita y tampoco tenía color. Nos parecíamos tanto: los mismos ojos, la misma boca, las mismas orejas, pero sobretodo tampoco tenía color. Y después fue cuando lo vi, diario. Debajo de esa foto había otra donde esa mujer me estaba cargando. Yo estaba sentada en sus piernas, y nos sonreíamos mucho. Seguí viendo muchas fotografías de esas personas sin color, como yo. ¿Por qué no me acuerdo de todo eso diario? ¿Por qué no me acuerdo de que hubo un tiempo, un mundo donde toda la gente sin color se amaba y estaba feliz, y había días de campo, y caballitos, y muchas sonrisas? Me di cuenta de que ése es el lugar a donde pertenezco. ¿Será eso lo que papá se la ha pasado intentando en su cuarto prohibido?

No voy a hacer maletas, porque ahora recuerdo que nunca me he ensuciado, y tampoco puedo llevarte conmigo, ni puedo llevarme a Hex. Es que ustedes no saben volar, ni pueden colarse por las cerraduras, y voy a tener que buscar en todos lados para encontrar la manera de volver con mis amigos sin color.

Te quiero mucho, y también a Hex y a papá pero tengo que irme para siempre a donde pertenezco.



P.S.: Le dejé una nota a la señorita Violette diciéndole que la quiero, pero ella como siempre pegó un grito y salió corriendo. Ojalá puedas decirle que la voy a extrañar aunque nunca platicamos.

P.S.2: Dile a papá que presiento que nos veremos pronto.

Fragmento de Un libro que nunca fue
de Víctor Kraskatollin

sábado, 18 de abril de 2009

Oasis


En realidad, ahora ya no tiene mayor importancia, supongo. Sabes, yo sólo quisiera que me entendieras. Si te lo conté es para compartirte este pedazo de mi vida, como te he dado de corazón el resto.

No creo que tú puedas entender lo que es la necesidad, la terrible, la desértica necesidad. El hambre de la viuda, de la mujer que está sola, y la soledad de la madre que ha perdido a su hijo - aún lactante - en la tormenta de arena. ¿Puedes intentar siquiera comprender que tenía que llenar el vacío que me dejó aquella ventisca infernal, aquel vacío de aquél que me vaciaba? Fue hace tanto...

Viéndome sola, vacía de vaciamiento, como estaba en aquella lucha terrible, llegué con aquella muchacha a un muro en ruinas, donde había un poco de sombra en medio del océano de dunas ardientes. Ella no había podido dormir y no me había dejado, gritando por su esposo muerto, y por eso no pudimos seguir mi consejo de caminar de noche, dormir de día. Así que tuvimos que dormir en la noche porque nos vencía la fatiga, y ahora nos enfrentábamos a la crueldad terrible del sol sobre la arena.

Yo no había tenido tiempo de llorarle a mi pedazo, así que me entregué al llanto...Caían mis lágrimas a ríos, a borbotones, caían zurcando mis mejillas, mi cuello, mi pecho...Mis lágrimas eran un oasis bajo la sombra de aquel muro, y entonces la mujer soltó a llorar también, pero sin lágrimas. Se enfureció - no sé cómo lo sé, porque nunca me dijo ni una sola palabra - de que no tenía lágrimas, y dejó de llorar. Al percatarse de que yo seguía llorando, se acercó a mí. Sentí que mi cuerpo estaba flotando en el umbral fatal, y estaba demasiado cansada y desdichada, alucinada por la ascética insolación, que no acerté a reaccionar de ningún modo. Sólo seguí llorando, mientras la lengua de aquella mujer recorría mi pecho, mi cuello, mis mejillas... Recorrió con su lengua y con sus labios los zurcos preciosos que me iban tatuando en aquel momento absurdo, de ensueño, de locura, de un mundo y un tiempo difíciles de creer, y de separar de la imaginación.

Fue entonces, cuando mi cuerpo encontró la forma mecánica, inmediata, automática de vencer ese vacío que lo aquejaba. Reaccionó dentro de mí el impulso inevitable de llevar sus labios a mis pezones para saciar su sed y su hambre con el líquido precioso que manaba todavía por aquél que se había ido en la tormenta de arena, aquél que vaciaba con su hambre los odres de mis pechos, aquél que era su natural devoto. Y aquella mujer bebió con espontánea intensidad el líquido precioso y así realizó un frágil milagro al conectar lo que en cualquier tiempo de plena realidad hubiera estado completamente separado. El desierto nos regaló aquella vez una posibilidad perdida.

Cuando ella se hubo saciado, otra saciedad más poderosa se hizo presente en los temblores de mi cuerpo, de vientre y de mis piernas donde mi oasis continuaba emanando. Ese placer esquisito nos completó, y nos dio por primera vez en la jornada un momento de descanso verdadero.

Se recostó en mi regazo, y a la mañana siguiente nos halló la caravana.

Creo que existen buenas razones para el placer.


Fragmento de Un libro que nunca fue
de Víctor Kraskatollin

jueves, 9 de abril de 2009

Llueve


Pero todavía llueve...Aun si estuviera dispuesto a irme, tendría que agregar que todavía llueve. Sin embargo, tengo que confesar que quisiera tener el valor de salir de mis abrigos antiguos y decir que ¡al fin llueve! Tanto tiempo he permanecido abrigado, envejeciendo, mirando mi juventud perderse en las honduras por siempre legendarias del recuerdo, de una memoria que me es completamente nostálgica, que he querido aparentar demasiado... La tierra está cambiando, y su luz oscurecía mis sentimientos y les imprimía la pátina de los años esperanzados, los años soñadores, alucinados, cuando la leyenda de mi vida estaba más viva que nunca.

Siempre supe que me gustaba la lluvia, porque después de cada "casi", traía un "al menos". Entonces, ¿por qué ahora no puedo decir que AL FIN llueve? ¿Sólo porque eres hermosa? ¿Sólo porque traes una promesa más cercana, porque tu vientres parece más amable que la estepa? No, no puedo creerlo. Si tú no crees poder soportar la lluvia que yo amo como a la vida, entonces te valdría más no hacer promesas. Te valdría más dejar que me perdiera en el narcótico delirio de la gloria pretérita. Pero tu hermosura me hace sentir algo parecido a la lluvia, pero menos fugaz, y mucho más bello... Creo que te he convertido en mi lluvia cuando me di cuenta que eres el futuro de todo lo que esperaba. Así que me iré contigo, si vienes conmigo a la lluvia, aunque sea sólo unas veces al año.


Fragmento de Un libro que nunca fue

de Víctor Kraskatollin

Sábanas


La verdad te conocía, pero no lo sabía cuando te lo dije. Si yo te hubiera dicho otra cosa, cualquier otra cosa, te habrías espantado y te habrías llevado mi aliento lejos de mí, de mi tierra, lejos del árbol donde te lloré tantas noches esperando que un rayo se compadeciera de mí. Pero la vida quiso que no te recordara para que pudiera dejar un espacio dentro de mi cuerpo para que hicieras falta, para que te deseara por la primera vez de nuevo.

Y entonces, ahora no sabes por qué no puedo comenzar a hacerte el amor sin más preámbulo, sin pedirte antes que recuerdes un poco del dolor que dejaste desperdigado por el mundo, sin dueño, sin el consuelo de saber a quién le duele. Me gustaría que supieras esto cuando termine dentro de ti, para que mi carne que te explora y te poblará en adelante, no quede igual de huérfana que las lágrimas que por algún sitio todavía recuerdo. Y hoy me deseas. Ya a menudo quisieras que me caracterizara el silencio, y tal vez después de hoy ya pueda hacerlo...pero estas voces que se apoderan de mi boca para ocuparla hasta el grado de no poder comerte, tienen que ver con no dejar pendiente lo que soñaban de ti mis recuerdos vagos y mis represiones, cuando ya había olvidado que existías. Y hoy, que ya me acuerdo que te conocía desde siempre, y hoy que ya te has enterado de que aquí estoy, a punto de hacerte tan feliz como planeas, sólo se me ocurre decirte que si estás dispuesta a abandonar tu voluntad de abandonarlo todo, entonces podré saber que mis caricias marcarán algo que justifique el espacio que, por tanto tiempo, has dejado vacío con tu perfume.


Extracto de Un libro que nunca fue,

de Víctor K.

Primera brevísima historia

Fue todo verdaderamente muy simple, monsieur l'inspecteur. Yo resucité de entre mis lecturas después de haberme perdido en ellas por varios días y noches, cuando ella ya no estaba para asegurarse de mi supervivencia. Esto me ocurrió porque...mire, cómo le explico. Cuando uno tiene un fuerte dolor de cabeza, la desgracia y la resignación de Gregorio Samsa nos ayuda a no sentirnos tan...disculpe la expresión...insectos.
Fue así como resucité de entre cientos de aquellas lecturas, y cualquiera que haya sabido lo que dedujo Alicia cuando el destino quiso regalarle un momento de lucidez, sabrá que sencillamente yo ya no era yo. Cuando mi cuerpo se levantó - justo en el momento en que finalmente ella decidió ir a mi recinto, a verificar mi supervivencia - éste se entregó al impulso inevitable de hundir la totalidad del filo de un cuchillo en la garganta de ella. Mi mano ejecutó la tarea con tan elocuente precisión que no me inclino a pensar que pudiera haber sido obra de los ávaros, de Temujin o de alguna bestia de tantas que pueblan el jardín de las delicias al anochecer. Además, esto no tiene que ver con lo que yo, o mejor dicho, no tiene que ver con lo que ése que era yo antes, temiera o presintiera, porque no se trata de mí, o más bien, no se trata de quien yo era, porque quien yo era antes de resucitar de entre las palabras jamás habría podido ejecutar tal crimen (el cual por alguna misteriosa intuición que roza mis ideas, tengo por algo absolutamente lamentable y repulsivo) ni podría mucho menos hablar de él de este modo tan apacible, con tal...perdone la expresión... satisfacción.
Me parece que, para encontrar al asesino responsable de esta atrocidad, no deberá usted buscar, monsieur, más que en la profundidad de mi librero.



Extracto de Un libro que nunca fue,
de Víctor Kraskatollin

La ciudad



Bueno, éste ha sido mi primer poema en mucho tiempo. Eso de ser incapaz de escribir poesía me estaba asfixiando en sobremanera. Tenía tanto qué decir...pero a veces ocurre que no tenemos el valor necesario para confrontarnos a nosotros mismos y de ahí extraer la poesía. ¿Será por ello que en la depresión o en momentos de verdadera catarsis nos es más fácil hacer arte?El otro día, al borde de la fatiga espiritual, de la más áspera acidia, antes de que la magia del amor me hiciera renacer, pude escribir una poesía, producto quizá de la pesadez de las reflexiones sobre las tragedias experimentadas en la investigación de la antropología urbana, testimonios que mi profesora del lunes temprano no escatima en producir. Así, le dije a Nadia cuánto me fastidia a ratos esta ciudad, y cuán seguido me conmueve y cuánto, en muy escasos ratos, me cautiva


La ciudad me llora, y la desprecio.

La ciudad me canta, y la contemplo.

La ciudad me mata, y la detesto.

La ciudad me cambia, y la respeto.

La ciudad me esparce, y la venero.


Víctor Kraskatollin

Frente al mar


He odiado de más...he odiado de más...Me era tan difícil odiar... Ahora siento que he odiado de más.Todavía cuesta dejar el sentimiento de haber odiado de más.

Me duele que se haya hecho tan fácil odiar, así, tan de pronto. Odiar lo que fue, odiar lo que es; en fin, odiar en lo que se está convirtiendo todo.Es difícil escribir así... Le digo a usted que he odiado como pocos. Yo, que me la he pasado predicando el amor, el perdón y la liberación de las culpas. Y "ellos", los millares, los innumerables, los innombrables...ellos que se la pasan sembrando odio recogen sol y estrellas que sólo brillan para sus ojos. ¿Será posible plantear que la hipocresía es la condición última del hombre?

Yo tenía antes la iluminación que no me dejaba odiar, que me hacía pesado y ácido el odio, pero a la vez, esta luz de paz me permitía darme el lujo de la serenidad ante la muerte. Recuerdo que no temía morir, que la idea de la muerte me remitía, a lo más, a la emoción expectante de lo infinitamente misterioso. Pero ahora que ya conocí el odio, que he odiado en todas sus formas, el terror se apodera de mi ser... No, señor, no tiene esto nada que ver con mi estadio en la carrera de la vida; yo pienso que tiene que ver con todo lo que he odiado durante mi vida, toda la infausta corrosión a la que mi antigua armonía ha estado expuesta por tanto tiempo.
¿Puede usted ver a esa muchacha de vestido blanco? Aquella, la que retosa alegremente con su compañero sobre la arena. Antaño, la escena me hubiera parecido un relicario vivo, una memorable hermosura de fresco y dulce anhelo, de futuro... Ahora, aquí mismo puedo yo decirle cuánto desaire me produce la impresión. Me sienta como un trago de plomo fundido, excepto que esta iniquidad, por desgracia, no me mató. Al ver ese delicioso vestido blanco, mojado, pegado a esa magnífica piel morena, yo tengo que confesar que me da rabia no tenerlo, no ser yo el mentecato que lo levanta para descubrir las delicias del amor femenino, sin percibir el tiempo ni temer su fatal curso... También lamento no ser la mujer misma para poder darle alas a mis delirios con el argumento de que son bellos, independientemente de las heridas que deje en quien ose poseerlos. Y odio. Odio, odio, odio y vuelvo a odiar. Odio al tiempo, un enemigo sin igual en crueldad y eficacia. Odio a esa muchacha porque es objeto inmediato de toda mi admiración...Odio también - aunque menos - al muchacho que la disfruta. Porque tomó decisiones y estuvo en sitios que ya me son absolutamente inaccesibles. ¿Por qué siento que el odio puebla con igual pasión los rincones de mi corazón donde sembré y coseché amor por tantos años?

Perdón...me cuesta realmente mucho seguir escribiendo palabras tan ásperas, odiosas, pesadas...de plomo. Pesan como la arena gruesa en las olas frías sobre la piel quemada... Es tan triste lo que un viejo escribe frente al mar.


Extracto de Un libro que nunca fue

de Víctor K.