jueves, 9 de abril de 2009

Frente al mar


He odiado de más...he odiado de más...Me era tan difícil odiar... Ahora siento que he odiado de más.Todavía cuesta dejar el sentimiento de haber odiado de más.

Me duele que se haya hecho tan fácil odiar, así, tan de pronto. Odiar lo que fue, odiar lo que es; en fin, odiar en lo que se está convirtiendo todo.Es difícil escribir así... Le digo a usted que he odiado como pocos. Yo, que me la he pasado predicando el amor, el perdón y la liberación de las culpas. Y "ellos", los millares, los innumerables, los innombrables...ellos que se la pasan sembrando odio recogen sol y estrellas que sólo brillan para sus ojos. ¿Será posible plantear que la hipocresía es la condición última del hombre?

Yo tenía antes la iluminación que no me dejaba odiar, que me hacía pesado y ácido el odio, pero a la vez, esta luz de paz me permitía darme el lujo de la serenidad ante la muerte. Recuerdo que no temía morir, que la idea de la muerte me remitía, a lo más, a la emoción expectante de lo infinitamente misterioso. Pero ahora que ya conocí el odio, que he odiado en todas sus formas, el terror se apodera de mi ser... No, señor, no tiene esto nada que ver con mi estadio en la carrera de la vida; yo pienso que tiene que ver con todo lo que he odiado durante mi vida, toda la infausta corrosión a la que mi antigua armonía ha estado expuesta por tanto tiempo.
¿Puede usted ver a esa muchacha de vestido blanco? Aquella, la que retosa alegremente con su compañero sobre la arena. Antaño, la escena me hubiera parecido un relicario vivo, una memorable hermosura de fresco y dulce anhelo, de futuro... Ahora, aquí mismo puedo yo decirle cuánto desaire me produce la impresión. Me sienta como un trago de plomo fundido, excepto que esta iniquidad, por desgracia, no me mató. Al ver ese delicioso vestido blanco, mojado, pegado a esa magnífica piel morena, yo tengo que confesar que me da rabia no tenerlo, no ser yo el mentecato que lo levanta para descubrir las delicias del amor femenino, sin percibir el tiempo ni temer su fatal curso... También lamento no ser la mujer misma para poder darle alas a mis delirios con el argumento de que son bellos, independientemente de las heridas que deje en quien ose poseerlos. Y odio. Odio, odio, odio y vuelvo a odiar. Odio al tiempo, un enemigo sin igual en crueldad y eficacia. Odio a esa muchacha porque es objeto inmediato de toda mi admiración...Odio también - aunque menos - al muchacho que la disfruta. Porque tomó decisiones y estuvo en sitios que ya me son absolutamente inaccesibles. ¿Por qué siento que el odio puebla con igual pasión los rincones de mi corazón donde sembré y coseché amor por tantos años?

Perdón...me cuesta realmente mucho seguir escribiendo palabras tan ásperas, odiosas, pesadas...de plomo. Pesan como la arena gruesa en las olas frías sobre la piel quemada... Es tan triste lo que un viejo escribe frente al mar.


Extracto de Un libro que nunca fue

de Víctor K.

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