jueves, 9 de abril de 2009

Primera brevísima historia

Fue todo verdaderamente muy simple, monsieur l'inspecteur. Yo resucité de entre mis lecturas después de haberme perdido en ellas por varios días y noches, cuando ella ya no estaba para asegurarse de mi supervivencia. Esto me ocurrió porque...mire, cómo le explico. Cuando uno tiene un fuerte dolor de cabeza, la desgracia y la resignación de Gregorio Samsa nos ayuda a no sentirnos tan...disculpe la expresión...insectos.
Fue así como resucité de entre cientos de aquellas lecturas, y cualquiera que haya sabido lo que dedujo Alicia cuando el destino quiso regalarle un momento de lucidez, sabrá que sencillamente yo ya no era yo. Cuando mi cuerpo se levantó - justo en el momento en que finalmente ella decidió ir a mi recinto, a verificar mi supervivencia - éste se entregó al impulso inevitable de hundir la totalidad del filo de un cuchillo en la garganta de ella. Mi mano ejecutó la tarea con tan elocuente precisión que no me inclino a pensar que pudiera haber sido obra de los ávaros, de Temujin o de alguna bestia de tantas que pueblan el jardín de las delicias al anochecer. Además, esto no tiene que ver con lo que yo, o mejor dicho, no tiene que ver con lo que ése que era yo antes, temiera o presintiera, porque no se trata de mí, o más bien, no se trata de quien yo era, porque quien yo era antes de resucitar de entre las palabras jamás habría podido ejecutar tal crimen (el cual por alguna misteriosa intuición que roza mis ideas, tengo por algo absolutamente lamentable y repulsivo) ni podría mucho menos hablar de él de este modo tan apacible, con tal...perdone la expresión... satisfacción.
Me parece que, para encontrar al asesino responsable de esta atrocidad, no deberá usted buscar, monsieur, más que en la profundidad de mi librero.



Extracto de Un libro que nunca fue,
de Víctor Kraskatollin

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