viernes, 20 de noviembre de 2009

Sed

Debes tratar de serenarte y comprender que... me es muy complicado explicar por qué te elegí a ti, que me eres tan entrañable. Eres dulce, suave, absolutamente tersa. ¿Qué clase de monstruosidad ha crecido dentro de mí que permita este espantoso ánimo por el cual entre más bella es la faz, más me place el banquete?

Sé que fuiste amable, adorable verdaderamente, querida. Dentro de este corazón - que, aunque no late, se mueve - yace la certeza de que ello debíase no sólo a tu solemne obediencia como criada, sino a la disposición gentil de tu cortesía, de tu piadosa generosidad. Es más, si yo me atreviera demasiado podría pensar que esas profundas miradas, esos delicados flirteos que me dirigiste expresaban... amor. Pero, en retrospectiva, ahora que conoces a la bestia que está dispuesta a borrarte para siempre por la mundana necesidad del cuerpo y de mi alma condenada, te pregunto ¿me es posible hablarte de amor en la antesala de la muerte?


Pero trataré de responderte. ¿Por qué a ti? Entre todas las mordaces verduleras que en mis dominios me fastidian y que han engordado tanto para abundancia de mis festines, ¿por qué a ti? La dulce, la preciada criatura... ¿por qué a ti?


La mayoría de los monstruos como yo se excusarían con la primera y natural consecuencia de nuestra vida eterna: el tedio. Pero yo no. Yo no conozco esa despreciable sensación, y considero que es propia de seres de breve entendimiento. En verdad te digo que me complacen los sencillos brotes de peculiaridad de cada día. Por eso me fijé tanto en ti. Pero no sé cuándo comenzaste a serme apetecible.


Sólo se me ocurre que, a mis novecientos cincuenta y tres años, soy tan viejo que la bestia dentro de mí probablemente se civilizó, y se dio cuenta de que lo único civilizado para ella es autodestruirse... Y destruyendo todo mi placer, todo mi sentido, todo mi...sentimiento, me destruiré por completo, y en cualquier arranque de cólera enloquecida saltaré del precipicio. Soy una bestia maldita. El universo quiere mi extinción, la necesita. Soy una forma en la que la naturaleza se autoflagela, cuestionándose a diario la sinrazón de mi existencia. Por eso el orden de mi conciencia retorcida no puede ser otro que el deseo de destuirme.Y por eso he de romper con todo lo que me ata al mundo. Y, ahora que lo preguntas, pienso que yo ansío tu sangre desde que me di cuenta que te amaba.


Ése es el enorme, el inmenso significado que quiero regalarte antes de deleitarme y torturarme bebiendo hasta la última gota de tu roja delicia: tu misión en la vida... no, más bien, la misión de tu muerte, será devolver el cosmos a su eterna armonía.

Así que ven, delicia mía... no esperemos más.


Fragmento de Un libro que nunca fue
de Víctor Kraskatollin