domingo, 13 de junio de 2010

Y entonces Te odio, Dios mío

"Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó" (Génesis 1, 27)

La tierra ha cambiado de piel cientos de veces desde que existo... Pasan los inviernos y las solitarias primaveras y yo envejezco. Hoy lloro confesa de mis debilidades. ¡Yo que siempre me jacté de mis encantos inevitables! Si supiera aquél por el que lloro que hoy, después de todo... la humedad de mi sexo brotó recordando nuestras cálidas noches en Edén. Mi habilidad para el placer me permite extender el perfecto delirio por un tiempo, pero luego... luego miro el solitario desierto a mi alrededor y entonces Te odio Dios mío...

Recuerdo la belleza perfecta de Adán, de su pecho tenso sobre el mío, y el brío del sexo que me hacía perder el verbo bajo la luz de las estrellas envidiosas es un aspecto que no negaré a Tu mano maestra. ¡Gran Artista! Pero el cruel diseño incluye la más absurda y la más cierta de tus cualidades: ¿cómo pretendes que los hombres Te amen a Ti primero, si Tú sufres de la incapacidad de amar a cualquier ser antes que a Ti mismo? Y nos hiciste así... a tu imagen.

Nos hiciste hermosos de la arcilla del suelo y de Tu aliento divino. Pero notaste con terror que tu obra no era igual a ti, sólo era semejante. Con tu poder diste vida... y la vida fue más que Tú.

Recuerdo el día en que desperté por primera vez, al lado de mi mitad.... Fui la primera en abrir los ojos y contemplarlo mientras él todavía dormía. Tú apenas habías soplado Tu aliento sobre nosotros... nos habías dado vida. ¿Y qué esperabas? ¿Que me alzara hacia los cielos alabándote? ¿Querías acasa, Gran Ególatra, que retirara los ojos de ese cuerpo hermoso tendido a mi lado? Quedé atada instantáneamente al amor apasionado por Adán, hecho de la misma tierra que yo... y cuando él abrió sus ojos... nunca olvido el éxtasis profundo de la mirada primordial: desde ese instante... nos amamos.

Huellas en Edén,
de los que nada saben,
de los que todo tienen;
de los que todo son.


¡Ay, Omnipresente! Todo me diste y todo me quitaste. ¡Qué furia la tuya, la que tembló cuando Adán y yo nos amamos más que a Ti! Inmortales y perfectos... las dos mitades que hacían al Todo. Y Tú ya no eras necesario.

Miraste con Tus celos, con Tu envidia, con Tu ira, y así que supiste ponerlos entre nosotros, en el medio de nuestro lecho.

Y yo escribiría en mi Libro la verdad:
"Y entonces puso Dios su mano en el corazón del Hombre. Entonces lo hizo más parecido a Él: sí, lo hizo amarse a sí mismo antes que a nadie. Lo hizo pelear contra su igual para quedarse solo... solo, a semejanza de Dios..."

Cuentan que peleamos por estar arriba... el nuevo Adán, el hombre solo, se amaba a sí mismo más que a mí... ya olvidaba que éramos la misma tierra... El nuevo Hombre no quiso Mujer, sino sierva... y éramos uno mismo... de pronto, yo también estaba sola... también me amaba solo a mí.

Después... qué placer... Tú sabes cómo Te seduje... Tú sabes cómo te arranqué Tu nombre de los Labios... Tú sabes que huí del Paraíso para estar sola... Y no Te olvidas de la hermosa Eva... de cómo traté de hacerla libre mostrándole sus propias maravillas. De cómo ella, costilla de Hombre, no tuvo la fuerza contra Tus horrores.

De lo que sigue... no queda mucho. Tenía la nece[si]dad de Decírtelo, porque siento que Tu esencia inmortal ya se va agotando en mí. Creí que Debías saber, Dios mío, que ¡no triunfaste! Creí que Debías saber, Tú que todo lo sabes y a la ves no quieres ver, que ¡no lo conseguiste! Porque aunque el orgullo imbécil que pusiste en mí para hacer que el hombre Te necesitara, me impidió regresar al lado de la mitad que Me arrancaste, no alcanzó a agotar el amor loco que todavía me hace gemir por la pasión de Adán que me posee en ese mundo "libre" donde quiero creer que Tú no alcanzas: el mundo de los sueños, donde todavía siento sus muslos presionándome, donde todavía siento su hombría profanándome, donde todavía siento su amor incendiándome, en los espacios geniales y deliciosos donde puedo creer felizmente que no Existes, y que sólo estamos el Hombre y yo, en la perfecta tautología de hacernos lo que somos... amándonos, llenos de luz y sudorosos, en el perfecto centro del cosmos.



Fragmento del Génesis de Lilith

de Viktor K.